O, dicho de otro modo, Chillida. José-Miguel Ullán
Allí está, venidera, la metamorfosis del canto: el cuerpo se des-
prende de toda semejanza corpórea.
Contra el hastío.
Aquí, está, consumado, el elogio del desprendimiento.
Contra la posesión.
Nada está, en este instante materializado, sujeto a la figura del
origen ni a la forma del vértigo postrero; la mano, ensimis-
mada, escucha.
el rumor de lo intacto,
el rumor de lo ausente, nuevo mundo que halló su centro móvil
en la doblez elemental del gesto: apagar y encender
el olvido incoloro.
Resonancia de fondo:
el eco, ese resumen lento del secreto, el descubrimiento del
límite, la risa de la piedra,
la oquedad imantada,
el eco, fiel metáfora del humo,
el eco, pájaro inconsolable.
Los horizontes de Chillida le otorgan un lugar preciso (aéreo,
consagrado) al eco de lo nunca dicho. No desparrama, pues,
las desinencias de lo ajeno ―la voz,lallama―, sino que nos
permite entrever, palpablemente, lo apenas dibujado en sus
entrañas.
Eco del interior, que, aun asomándose a la altura, se adentra y cae
de suyo.
Tiene la insinuación de un balbuceo afirmativo.
De ahí su fuerza ―«es como es»―, sin recurrir al reconocimien-
to (la confesión, diálogo español por excelencia) ni tampoco
al rechazo (atajo polvoriento de la modernidad).
De ahí su claridad: la del enigma que da la cara.
De ahí su silencio en sobresalto, que interroga y contempla al
que se acerca ahora para luego alejarse al mismo tiempo.
Su tiempo es el espacio de la sangre. El rumor de lo errante. La
huella de la libertad
giratoria.
Está a luz del sueño, esmaltado en lo oscuro, en el fondo del
aire ―llevándose
los labios a los dedos.
Amanece de pie, cicatrizado y único. Y se le reconoce en segui-
da por su fatalidad alborozada.
*
De ahí su fuerza: más allá que la voz, y, a menudo, anuncián-
dola.
El eco se hace fuerza al mostrarse.
El yunque es su morada exterior. Entre otras.
Chillida
golpea para ser transformado, no para transformar. Golpea
para desligarse, no para desligar a la razón del hielo. Gol-
pea con azar deliberado y con libre intención. Golpea para
que el dado incluya un laberinto. Golpea como música en
plena duermevela. Golpea con el fin de desterrar la imagen
fija, prefijada, para quebrar su soledad de barro, su salud
de hierro, su espejismo de arena, su volubilidad de papel.
Amasa los añicos, los fragmentos, las esencias, las ínsulas ex
trañas, todo aquello que puede palpitar en el tibio desier-
to de una mano tendida.
Una mano tendida a la revelación.
De ahí su fuerza cordial.
No el cómodo aspaviento, sino la laboriosa espera.
La lámpara encendida.
El horizonte.
La dicha de aguardar, no en vano, lo más inevitable del sueño:
la parábola.
Su fuerza está en callársela.
Golpea sin herir. Melodiosamente.
*
Idilio de la luz y la materia.
No hay nada comparable,
salvo esa mano que ve en ello la amenaza de lo uniforme.
Y, en consecuencia, sueña y obra.
*
Llamarada mecida por el viento. En cada chispa, un rumor.
Contradictorio.
Dar fe.
Como si se tratase de un recuerdo. Un eco, una esperanza.
Como si se tratase de un impulso. Una fuerza, un destino.
Como si se tratase de una vida. Una sed de materia en el espíritu.
En las líneas de sombra
golpea.
Dar fe
de lo que queda en pie.
*
Ira desvanecida. Adoración.
Fracción plena.
Laberinto de la mirada.
Signos de raíz aérea.
Reposo del destierro mental. Cicatriz en calma. El lugar.
El lugar sin lugar.
*
Chisporrotea la semilla rústica cuando amanece el canto.
Chillida rasga las palabras con sus tijeras.
Chillida traza el ritmo de las campanadas.
Chillida resquebraja los caminos trillados.
Con la mano tendida, aguarda. Lo que no tiene nombre.
De Manchas nombradas, II [1985-1992]
Ondulaciones – Poesía Reunida (1968-2007)
(Galaxia Gutenberg, Barcelona 2008)
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